Todos aquellos que se comprometen con los niños, ejercen su trabajo para la construcción de las metas del desarrollo humano consideradas como más importantes: autoestima, autonomía, creatividad, felicidad, solidaridad y salud, las que los niños construyen cotidianamente, no solo como objetivos para la adultez, sino también, y muy específicamente, para cada etapa de la niñez. O sea, que deben ser consideradas como metas del proceso, y como metas finales del desarrollo, en consonancia con cada período, ambiente y momento histórico determinados. La construcción de las metas mencionadas está en relación directa con los componentes biológico, psicológicos y sociales del desarrollo, los cuales deben estar armónicamente interrelacionados. Además, el puericultor debe ser consciente de la reconstrucción permanente de sus propias metas en el proceso de crianza de niños, niñas y adolescentes. Estas metas pueden ser análogas a los conceptos de de los esposos Wolin, quienes consideran que no hay una resiliencia, sino distintas resiliencias, de las cuales señalan siete: perspicacia, independencia, capacidad de relacionarse, iniciativa, buen humor, creatividad y moralidad.
LA FELICIDAD COMO UNA DE LAS METAS DEL DESARROLLO
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La felicidad es un estado del ser humano cuya definición es compleja y suscita, suscitó y suscitará debates enconados. Una de las aproximaciones más convincentes es la del filósofo Fernando Savater, quien afirma que la felicidad es lo que queremos; que al decir quiero ser feliz, realmente se dice quiero ser. Y de lo que el hombre quiere, trata la ética, que es el arte de vivir. Se puede pues, decir con Savater que la felicidad es un estado de afirmación vital, mientras que la alegría es el sentimiento y el placer, la sensación de esa afirmación vital.
Lo anterior se puede expresar también como que la felicidad, entendida como un sentimiento eminentemente personal, se puede definir como el desarrollo pleno del potencial humano, la realización personal, cualquiera que sea el oficio que se desempeñe. De esta realización se deriva la armonía consigo mismo y con los demás y el gozo con las realizaciones propias o ajenas. Más que una estación a la cual hay que llegar, ha dicho el poeta, la felicidad es una manera de viajar. La felicidad supone esfuerzo constructivo o educativo apoyado en autoestima, autonomía y creatividad, en varios niveles: el familiar, el social y el educativo. En el familiar se incluye el cubrimiento pleno de las necesidades nutricionales, lúdicas y de seguridad. En el nivel social, para la construcción de la felicidad son necesarias la solidaridad y la legalidad en las relaciones interhumanas, lo que llevará a la construcción de un tejido cultural compacto que brindará certidumbre y paz. En lo referente al nivel educativo, como en las demás instancias de socialización se deben diseñar dispositivos formativos que impliquen el ver, el sentir, el pensar y el actuar armónicamente. La felicidad no se consigue por decreto. Es una consecuencia de la persuasión entre seres humanos entendidos entre sí como interlocutores válidos. Como magistralmente lo puntualizó Aristóteles, hace más de veinte siglos, la felicidad consiste en estar satisfecho consigo mismo. Una de las afirmaciones comunes en los tratados de crianza es que en los niños y jóvenes felices es fácil adivinar adultos acompañantes que fueron felices, es decir, resilientes. Una de las características de estos adultos es el buen humor, resaltado por los estudiosos de la resiliencia como uno de los elementos primordiales característicos de una buena resiliencia. El buen humor se refiere a la capacidad de encontrar lo cómico en la tragedia. La base del sentido del humor es el sufrimiento que se acaba por integrar en la vida de forma positiva, con una sonrisa. Todo esto significa que el auténtico buen humor puede ser algo más sutil que un simple mecanismo de escape: escapar es apartarse de una realidad desagradable, pero lo que hace el buen humor es incorporar esa realidad a la vida y convertirla en algo más soportable y más positivo. El buen humor generalmente es una manifestación de que la adversidad ya ha sido superada. Algunos exponentes del sentido del humor son el reconocimiento y aceptación de lo imperfecto, la aceptación madura de los fracasos, la confianza incluso cuando las cosas salen mal, la risa y el deseo de recrearse con creatividad y fantasía, lo que lleva con facilidad a comprometer la necesidad del juego en los niños y jóvenes como motor de su desarrollo. El buen humor puede infundir muchísimo ánimo, lo que explica su vinculación con la resiliencia. El sentido del humor, que se utiliza para afrontar el estrés, la ansiedad y la culpa puede revestir muchas formas, desde pasarla bien hasta la sonrisa que se mantiene ante la adversidad. Si se aplica el buen humor a un problema exagerándolo hasta el límite, desmenuzándolo y dramatizándolo hasta convertirlo en algo ridículo que provoque risa, se encuentra la creatividad necesaria para eliminar el miedo y encontrar la solución más correcta. Y quien ejerza la difícil virtud de reírse de sí mismo ganará en libertad interior y fuerza, lo que es en última instancia ser feliz, esto es, la conformidad gozosa con lo que se es y no solo con lo que se tiene. Gabriel Álvaro Posada Díaz Pediatra puericultor Lina Zuluaga-psicosocial
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